MADRE FRANCISCA PASCUAL DOMENECH
"Fundadora de las hermanas franciscanas de la
inmaculada."
Un Tesoro: Jesucristo
Una Misión: Hacer el Bien.
Un
Servicio. Cuidar la Vida.
Un
Mandato: Atender la necesidad del Hermano.
Una
Urgencia: Los Pobres.
Un
Estilos: La Sencillez.
Un
Regalo: La Fraternidad.
Una
Tarea: Expansionar el Amor.
El 13 de
Octubre de 1833, en la pequeña población agrícola de Moncada (Valencia,
España), Jaime Pascual y Mariana Doménech vieron nacer a la primera y única
hija de su matrimonio, a la que le dieron el nombre de Francisca.
Don Jaime y
Doña Mariana, casados en segundas nupcias luego de enviudar ambos, tenían ya
tres hijos de sus antiguos matrimonios: Jaime, Mariana y Josefa. Formaban los
seis una familia cristiana, humilde y sencilla, en cuyo seno se respiraba el
amor y la fe.
Debido a
que en esa época la mujer tenía muy pocas posibilidades de estudiar y mucho
menos en el campo, Francisca asistió sólo a la escuela primaria y cuando
contaba apenas con 12 años, se vio en la necesidad de ayudar con su trabajo a
la economía de la familia.
Su primer
empleo fue como doméstica en casa de una familia acomodada de la ciudad de
Valencia. Allí sirvió hasta que la revolución industrial llegó a la ciudad,
entonces Francisca se convirtió en obrera de una fábrica de hilos de seda.
A primera
hora del día Francisca y sus compañeras
caminaban los ocho kilómetros que
lo separan Moncada de la fábrica de valencia
ya que el transporte era muy costoso.
Tras 16
horas de una jornada explotadora, debían deshacer el camino para volver. Francisca
vivía de cerca la explotación de la mujer y las dificultades de la pobreza,
pero su Espíritu emprendedor y su
sentido de fraternidad la llevaron a
buscar una solución práctica.
Fue así como, junto a sus compañeras,
alquiló un piso en Valencia para vivir durante la semana.
En la convivencia animaba a sus amigas
y las orientaba ante las dificultades, mientras iba descubriendo su vocación de
entrega a Dios y a los hombres.
Decidida a atender al llamado del
Señor, Francisca tocó las puertas de las Hermanas Adoratrices, que se dedicaban
a la contemplación y a la atención de la mujer necesitada. Pero las puertas de
ésta y otras congregaciones se cerraban para Francisca, pues en aquella época
se acostumbraba pedir a las aspirantes una dote que servía para mantener la
comunidad.
Francisca
no se amilanó y solicitó entrar al Beaterio de Terciarias Franciscanas. Allí
encontró nuevos inconvenientes: no había ni una habitación disponible y la edad
mínima para ingresar era de 35 años, y Francisca sólo tenía 30.
Pero Francisca sentía que el Señor la
llamaba para servirle en ese lugar, así que insistió hasta que las hermanas
beatas la aceptaron, acomodándole un pequeño cuarto debajo de la escalera.
Corría el año 1863 cuando Francisca inició esta nueva etapa de su vida. Entre
sus compañeras destacó por sus virtudes: sencillez, valentía, humildad,
confianza en Dios, bondad, prudencia e inteligencia.
Las hermanas beatas decidieron
nombrarla superiora. Francisca se negó pues no se sentía calificada para
dirigirlas, pero finalmente aceptó sabiendo que Dios se fija en los
humildes y sencillos de corazón haciendo
grandes obras.
En su proyecto, Francisca propuso vivir
en comunidad con la fraternidad como pilar de la convivencia entre las hermanas
y con la sociedad, el servicio a los más desfavorecidos como propagación de la
misericordia de Dios, y la oración y la penitencia como acercamiento al Señor.
Para concretar esta iniciativa, Madre
Francisca tuvo que redactar las Constituciones y organizar la formación de las
hermanas para poder conseguir la aceptación diocesana, los votos perpetuos y la
aprobación de la congregación por parte del Papa.
Mientras llegaba el deseado beneplácito
de las instituciones de la Iglesia, Francisca guio a la recién nacida
Congregación de las Hermanas Franciscanas de la Inmaculada a la realización de
múltiples fundaciones para la atención de ancianos, mujeres trabajadoras, jóvenes sordos ,ciegos,
enfermos de lepra y niños.
El 26 de abril de 1903, dos años
después de que el Papa León XIII hubiese firmado la aprobación de la
Congregación y su proyecto evangélico de vida, Madre Francisca murió en Moncada
con la misma humildad y sencillez con
las que vivió. Su legado sigue vivo hoy en mano de sus hermanas y se expande a
través de varios continentes: Europa, América Asia y África, expansionando el
amor a Dios en el prójimo, dondequiera que éste lo necesite.
En el beaterio, las hermanas vivían
bajo un mismo techo pero no formando vida de comunidad. Cada una tenía una
habitación con una hornilla donde cocinaban sus alimentos, hacían las obras de caridad
que creyeran convenientes y oraban y hacían penitencia individualmente.
Madre Francisca comprendió que la forma de vida
del beaterio no les permitía expansionar el amor a Dios en el prójimo, por lo
que decidió proponer a las hermanas beatas una reforma. Era el 27 de Febrero de
1876, trece de las quince aprobaron el cambio y sólo dos no estuvieron de
acuerdo y optaron por irse.
Madre Francisca❤
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